Ayurveda y Meditación – Presentación del libro

La Lic. Rosana Molho presentó el libro «Ayurveda y Meditación» en el encuentro que tuvo lugar ante un auditorio colmado el 4 de mayo de 2012. Con el siguiente texto de su autoría, enmarcó los orígenes del Libro en el “espíritu de la época” que le tocó vivir como integrante de una generación y relatando luego sus propias experiencias y recorridos.

La Lic. Rosana Molho presentó el libro «Ayurveda y Meditación«, con el siguiente texto de su autoría, en el encuentro que tuvo lugar ante un auditorio colmado el 4 de mayo de 2012.

 

Para presentar este libro, como para cualquier presentación de algún ser vivo, es bueno hacer un poco de historia.

Y decidí en este espacio no hacer una presentación curricular o académica, que quizás otra circunstancia sí ameritaría. Sino hacer historia más desde el recuerdo, lo vivido, desde aquellos lugares que no es posible hacerlo sino cuando se está entre amigos, en familia en algún espacio como este.

Y bueno aquí estamos para eso. Para compartir recuerdos.

Primero quiero decirles que si bien hay autores para este libro, vamos a ubicarnos, contextualizarnos como integrantes de una generación.  Siempre hay un entorno social e histórico que es fuente. Lo que se llama en literatura y en filosofía, “el espíritu de la época”.  Nos situamos dentro de una generación desde la cual surgimos y nos nutrimos. Quizás muchos de los aquí presentes puedan identificarse con  lo que sigue, y otros acercarse a nuestras vivencias.

Mediados del Siglo XX, nuestro nacimiento marcado por la post guerra, venimos de inmigrantes, familias que atravesaron mares huyendo de la guerra y /o del hambre.  Al mismo tiempo un crecimiento industrial y tecnológico en Occidente de alcances impredecibles en aquel momento.  Crecíamos sin saberlo junto a los avances más espectaculares de la historia.  Cursábamos nuestra niñez junto a la de una Ciencia que alcanzaría niveles insospechados en nuestros juegos de infancia.

Las fantasías más osadas de nuestros cuentos se hicieron realidad.

Crecimos con Salgari, con su pirata Sandokán recorriendo Malasya y Las Antillas, Julio Verne y las 20 mil leguas de viaje submarino, de la Tierra a la Luna, Lewis Carol y Alicia en el País de las Maravillas,  Antoine de Saint Exupery con su Principito, y lo escencial es invisible a los ojos,  todo ese material despertando en nuestra pubertad, y cobrando vida en nuestra adolescencia.

Pertenecí al grupo social de una clase media porteña, que vivía enjaulada en una gran ciudad, promisoria y estimulante. Pero todos añorábamos la vida bucólica de mayor contacto con la Naturaleza . Tengo el recuerdo vívido de compartir en largos campamentos con mis amigos la necesidad de tocar el agua, abrazar los árboles, y sentir el viento.  Todo lo que nos llegaba desde nuestra formación escolar, en física, biología, etc. era la necesidad de seguir conociendo las leyes de la Naturaleza y así avanzar sobre ella, el mundo estaba hecho para que el más elevado de los seres que lo habitan: el hombre, tome posesión y asuma el lugar que le corresponde. Y el mensaje subyacente era, la Ciencia y la técnica asegurará la felicidad indefinida para todos sus adoradores, también para los necios e ignorantes. 

Corría el año 1969, y el cielo también había caído en la trampa del escrutinio, y el cálculo. Se convirtió en otra escala, un nuevo lugar estratégico para ser poseído.  La increíble hazaña de un hombre pisando la luna, aquella luna de la ventana, del balcón de nuestros sueños, la misma. La misma?

El espacio dejaba de ser el lugar donde nacían los hechizos, los monstruos y los héroes, para convertirse en Star Wars. Espacio intergalágctico de consquistas. El famoso paso de Niel Armstrong a muchos nos encontró apoltronados en nuestras casas,  contemplando el espectáculo, por primera vez en la historia, adentro de una caja mágica. Y a partir de allí, cada vez más personas, familias, hogares caerían hipnotizados por la misma caja por tiempo indeterminado. Se fue convirtiendo, en una sigilosa serpiente encantada y encantadora.

Y ya en la juventud, nos marcaron grandes poetas: Neruda, Parra, Artaud, que nos hablaban de libertad, de autenticidad y creatividad.

Al mismo tiempo avanzaba lentamente una de las épocas más oscuras del país, que recordaba lo peor y más cruel de la segunda guerra, de la cual nuestro nacimiento emergía.  Mi vida universitaria, del año 76 al 80, circuló en esos aires tan enrarecidos.  Amigos que “desaparecían”, familias conocidas y desconocidas que pasaban por ese mismo derrotero.  No sabíamos el significado, no había representación para esa situación.  A medida que supimos, lo poco que sabíamos a algunos nos motivó para ayudar, para atender, dar asistencia a quienes estaban o habían estado cerca de esos agujeros negros de la historia social y personal.  Era una manera de re aparecer, para mí de dar sentido a mi profesión, que trata del alma, de aquello que nos hace propiamente humanos, más allá de cualquier circunstancia.  

Veníamos de momentos de grandes movimientos sociales y estudiantiles.  Luego de  las bombas de Hiroshima y Nagaski, mucho más tarde Vietnam, se generaron movimientos masivos por la Paz. Se mezclaban los grupos hippies, y los primeros verdes, ecologistas, humanistas.

Líderes muy carismáticos, nos convocaban con sus mensajes ultra idealistas, y sus métodos heterodoxos, para nuestras sociedades occidentales.

Martin Luther King, nos decía, “tengo un sueño” y hablaba de libertad, de la igualdad del hombre bajo la paternidad de Dios.  Desde casi las antípodas Mahatma Gandi, nos había legado la posibilidad real de liberar a uno de los países más poblados del mundo nada menos que del colonialismo inglés, con el lema de la no violencia. Un hombre sencillo, austero y  descalzo.

Y así crecíamos.

Mientras además, el mundo se enfrentaba en una Guerra Fría larga, larguísima, desde el 45 hasta el 89 o el 91.  Decenas de años, donde el mundo se dividió detrás de dos grandes potencias, y alrededor los satélites más pobres y menos poderosos de la tierra caían bajo el influjo de sus ideologías, y de sus políticas militares y económicas.

Todos estos contrastes, estos sentidos y sin sentidos nos formaron, nos impregnaron, pero sobre todo nos golpearon profundo muy hondo, incrementando preguntas antiguas, tan antiguas como seguro el tiempo que caminamos como especie sobre la Tierra:  Quién soy, adónde voy, desde cuándo, y de nuevo, quién soy?   ….Soy?

Y así andábamos por la vida, más preguntando que contestando, y más anhelando que comprendiendo.

La modernidad ya se había instalado, quizás para siempre. Nos estaba alcanzando la post modernidad.

Desde ahí desde este lugar, es que surgían nuestras búsquedas.  Mí búsqueda. Cómo incorporar el maravilloso avance de las ciencias de la técnica y al mismo tiempo no sucumbir a su encanto enajenante y creador de ilusión.

Cómo hacer sobrevivir nuestra humanidad en medio de este cúmulo de estímulos  artificiales e intoxicantes.  Cómo poder seguir reconociendo nuestro lazo con la Naturaleza y con las estrellas, sentirnos parte y fruto de sus entrañas y profundidades. Cómo  poder sostener nuestra empatía y pertenencia a la tierra, la lluvia, los vientos, las galaxias, y los mundos nuevos del Universo entero.

Para ese entonces, mi vida ya de profesional de la salud en el terreno de la psicología también se dividía, entre grupos de estudio ultra intelectuales de Freud y Lacan, y grupos casi clandestinos o por lo menos despreciables para las mentes más progresistas, de astrología, metafísica, Krishnamurti, Madame Blavatsky, y el Cuarto camino.

Mundos que parecían irreconciliables y que por lo menos uno de ellos había que ocultar para pertenecer, para ser parte del mundillo psi, siendo muy joven, y apenas despuntando en la profesión.

Tengo imágenes de mis 22, 23 años, que hoy me hacen reir. Recuerdo estar entrando a los grupos de supervisión, y hacer un cambio estratégico de carpetas, que no vayan a saltar los mandalas, las cartas natales en medio de los devaneos acerca del sujeto, el deseo y la transferencia. 

Paradójicamente en esos grupos, había que entrar con escafandras, o máscaras de oxígeno. El humo del tabaco de los intelectuales de los 80, impregnaba no sólo las pupilas y los pulmones, sino que nuestras mentes, nuestras palabras y pensamientos emanaban niebla y complejidad.

Cualquier alusión a la trascendencia como parte de la condición humana, era catapultada en un interminable discurso acerca de la muerte del padre, la castración y el narcisismo de las identificaciones primarias.

Por supuesto, que en los ambientes donde nutría mis otros aspectos, más sutiles, holísticos, aparecían personajes increíbles, con discursos muy cercanos al delirio. Porteños de Caballito, con nombres en idiomas de supuestas civilizaciones antiguas que sólo ellos conocían. Algunos ofrecían la liberación a la vuelta de la esquina, a muy bajo costo. Eso significaba desentenderte de tu realidad cercana material para sumirte en otro tipo de mundo nebuloso, donde la ilusión, otro tipo de ilusión volvía a enseñorearse de la escena.

Muchos trabajaban en conjunto con grupos de seres extraterrestres que se posaban libremente en sus balcones ciudadanos para acercarte medicinas y conocimiento de otros mundos.

Todo esto lo relato con cariño, porque todo me formó y sobre todo me obligó a una disciplina intensa y profunda que se llama discernimiento. Discernir en todo sentido, para poder encontrar aquello que aunara lo mejor y más auténtico de la ciencia, del arte, de la mística y la espiritualidad. No negar, pero no comprar cualquier baratija sea en nombre del progreso, la ciencia, la filosofía, o los nuevos paradigmas de la mentada Edad Dorada, que ya se hacía sentir en Argentina.

 Fue en ese contexto, en esa búsqueda que llega quien fue y es nuestro Maestro, mostrando un camino serio y profundo, no exento de disciplina ni de alegría.  Fue una combinación perfecta para mi cosmovisión.  Una gran tolerancia, aceptación de distintas elecciones, y al mismo tiempo ofreciendo recursos auténticos que intensifiquen nuestro desarrollo y transformación personal.

La Meditación ya estaba en mi vida para ese entonces, como un espacio de silencio, de re conexión, de identidad más allá de las convenciones sociales de lo civil del nombre, edad, profesión.  

Algo significativo es que un tiempo antes, había comenzado ya a interesarme seriamente en la alimentación. Hoy entiendo que la meditación es también una manera de desintoxicar nuestra mente, es una forma fisiológica de nutrir y al mismo tiempo desalojar tóxicos mentales.  Alimentación y meditación, temas aparentemente diversos, pero en realidad muy conectados. De hecho hay en el libro un apéndice muy sencillo con temas de cocina y alimentación.

La meditación en la Luz fue una gran revelación.  Algo que había estado siempre allí, igual que la respiración, pero sin darme cuenta de su existencia y sobre todo de su enorme poder.

Cuando empecé a meditar encontré fundamentalmente la posibilidad de integrar mundos. Esto es lo más auténtico que puedo decir.  Algo iba sedimentando y creciendo.  Lejos de darme la tranquilidad de lo conocido, me daba la serenidad del Misterio.

Cómo describir la meditación con mis palabras, desde mi experiencia, es el camino, la práctica de identificar un centro, un lugar donde hago pié, y  me da la confianza y la fuerza para abrirme a lo nuevo, al otro, a mis propios espacios desconocidos e inmensos.

Cuando empecé a meditar había llegado a mí un libro hermoso de Eileen Caddy, una de las fundadoras de la Comunidad de Findhorm en Escocia. Y lo que más me había asombrado, era la sencillez y falta de solemnidad con que ella buscaba sus espacios de silencio.  En medio de los fiordos de Escocia, en un lugar desértico, inhóspito de vientos de más de 50 kms por hora, Eileen  vivía junto a cinco personas más en  una pequeña casa rodante.  Ella se retiraba a la letrina que había a varios metros de la casa,  para poder meditar.  Y ahí se iba diseñando la comunidad. Es así como se construyó la famosa Aldea de Findhorm, que se transformó en tiempo record en  un vergel. Allí, se plantaron las primeras hortalizas, verduras y frutas sin fertilizantes sintéticos, con un crecimiento único en los registros de la agricultura.

No hace falta sentarse en una montaña en los Himalayas, ni dejar nuestras obligaciones cotidianas, ni ser erudito, ni joven, ni viejo. Así tal cual en la situación en la que nos encontremos, esa es la mejor para cada uno de nosotros para empezar.

Darme cuenta de esto, más el haber encontrado una técnica específica que me satisfacía, me impulsó a dar Cursos de Meditación en la Luz, desde hace alrededor de 22 o 23 años.  Con el correr del tiempo se hicieron más específicos, dirigidos a profesionales de la salud. Los resultados eran maravillosos, con el agregado, que  muchos participantes se convirtieron en multiplicadores justamente por sus profesiones de servicio, en las que implementaron la técnica con sus pacientes.

Otras corrientes y formas de meditación se propagaron por Occidente y particularmente en Argentina.  Quiero destacar que en cuanto a sus efectos sobre la salud física y emocional, todas son beneficiosas, y los resultados son similares. Sólo que hay que encontrar la más adecuada para uno, por su psicología, su historia etc.  Cada una viene de distintas tradiciones.

Hubo una corriente que me llevó durante estos años a trabajar regularmente con grupos de adultos, y posteriormente con grupos de niños.  En el primer taller para chicos, mi hija participó teniendo 5 o 6 años.  Acompañé con meditación a mujeres en la preparación para el parto, en la primera etapa de mi carrera, y más tarde, a enfermos terminales, dos partos distintos, pero con un aire común de encuentros y despedidas.  Los beneficios siempre me asombraban, y eso me estimulaba a seguir.  Hicimos un programa especial para trabajar en comunidades marginales, con gente analfabeta, y con chicos con supuestos problemas de aprendizaje.  Hoy estamos coordinando un grupo que como servicio da meditación en un Hospital público a chicos que están siendo dializados.

Hay otros grupos, que están trabajando con resultados también excelentes en cárceles, y escuelas especiales.  Estas experiencias se están dando en la mayoría de nuestros países latinoamericanos, y también en EEUU y Europa.  Los resultados son  realmente significativos y están todos descriptos en el libro, por lo menos los de los estudios o experiencias más importantes.

Volviendo al principio, vivimos en un mundo con muchas contradicciones, y estamos sometidos permanentemente a una adaptación rápida y a veces exigente.

La sociedad nos tiene preparados distintos remedios para esta realidad, pastillas para la ansiedad, bebidas energizantes, polvos estimulantes, drogas químicas, orgánicas, tecnológicas y un vasto universo que no llegamos a imaginar.

Sin desestimar este arsenal de drogas, objetos, máquinas y personas, que seguro pueden ser parte de nuestro trayecto, también podemos agregar porqué no, unos minutos de silencio, de introspección, de despejar la mente, y observar qué nos pasa.

Probar con los recursos con los que fuimos dotados sin efectos colaterales, sin  evasiones ni anestesias inútiles, de cara a la realidad y simplemente dedicando minutos a la escucha de la voz profunda del Ser.

Y como los poetas muchas veces nos hablan escuchando esa misma voz, quiero cerrar hoy leyéndoles un poema.

Es alguien que habla con palabras nuestras, desde nuestra cultura, y con mucha belleza del tema que nos convoca.

El poeta es Atahualpa Yupanqui.

 

TIEMPO DEL HOMBRE

Atahualpa Yupanqui

La partícula cósmica que navega en mi sangre
es un mundo infinito de fuerzas siderales.
Vino a mí tras un largo camino de milenios
cuando, tal vez, fui arena para los pies del aire.

Luego fui la madera. Raíz desesperada.
Hundida en el silencio de un desierto sin agua.
Después fui caracol quién sabe dónde.
Y los mares me dieron su primera palabra.

Después la forma humana desplegó sobre el mundo
la universal bandera del músculo y la lágrima.
Y creció la blasfemia sobre la vieja tierra.
Y el azafrán, y el tilo, la copla y la plegaria.

Entonces vine a América para nacer en Hombre.
Y en mí junté la pampa, la selva y la montaña.
Si un abuelo llanero galopó hasta mi cuna,
otro me dijo historias en su flauta de caña.

Yo no estudio las cosas ni pretendo entenderlas.
Las reconozco, es cierto, pues antes viví en ellas.
Converso con las hojas en medio de los montes
y me dan sus mensajes las raíces secretas.

Y así voy por el mundo, sin edad ni destino.
Al amparo de un Cosmos que camina conmigo.
Amo la luz, y el río, y el silencio, y la estrella.
Y florezco en guitarras porque fui la madera.

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