La meditación no consiste en obligar a la mente a que se tranquilice sino a buscar la tranquilidad que ya posee.
Extracto del libro «Ayurveda y Meditación» escrito por la Lic. Rosana Molho y el Dr. Jorge Luis Berra, publicado en la revista Uno Mismo (junio 2012)
La meditación no consiste en obligar a la mente a que se tranquilice sino a buscar la tranquilidad que ya posee. Cada uno es víctima de su memoria; así lo diagnosticaron los sabios y maestros desde hace miles de años. Detrás de la pantalla de nuestro diálogo interno existe algo completamente diferente: La paz de la mente que no es prisionera de su pasado. Es éste el silencio al que queremos convocar a través de la meditación porque en el silencio está la cuna de la felicidad.
Para llegar a este lugar de silencio, tenemos que recorrer un camino único, tenemos que atravesar por los bosques de nuestros condicionamientos pasados, y muy especialmente por nuestros temores y apegos.
Hay un hermoso cuento anónimo y muy antiguo, que habla de esto y dice así:
Había una vez un Rey, al que le llevaron de regalo dos hermosos pájaros sagrados: dos cóndores. Estos pájaros son aves que pueden desplegar una altura de vuelo impensada y única, eso los hace animales muy especiales, que pueden contactarse con las cimas de las montañas más altas del planeta.
El Rey, entregó a los dos pájaros, a un adiestrador de cóndores, para que los adiestre. Uno de los pájaros adelantaba mucho en el aprendizaje, mientras otro quedó quieto en una rama de un árbol y el avezado adiestrador no conseguía hacerlo mover ni volar.
El Rey controlaba regularmente el avance de los pájaros. Tanto el Rey como el encargado y maestro de los cóndores, estaban seriamente preocupados por el pájaro inmóvil en la rama. Entonces, pasado un tiempo convocó a toda su comarca, ofreciendo una gran recompensa a quien pudiese curar al pájaro de su inmovilidad.
Desfilaron ornitólogos, curadores, magos, sacerdotes, veterinarios y brujas. Pero ninguno logró el objetivo. Hasta que llegó un día que ocurrió el milagro y luego de la visita de un lugareño, el pájaro voló.
Entonces el Rey llamó inmediatamente a la persona, que era un humilde campesino y le dijo: «Yo soy tu Rey, ¿cuál es tu secreto para hacer volar al cóndor?» Y el campesino le dijo: «Mi Rey, yo no tengo poderes, ni sabiduría ninguna. Simplemente corté la rama, y el pájaro voló».
Este cuento es una hermosa metáfora, para pensar en cuántas situaciones, personas, y objetos estamos apoyados y las consideramos indispensables para nuestra vida. Esta creencia nos aleja de la expresión y realización de todo nuestro potencial. Un potencial de enorme riqueza. El cóndor no sólo pudo volar, sino remontarse a grandes alturas, insospechadas y únicas.
La meditación nos contacta con ese potencial y el camino que transitamos en la práctica, es el de identificar y desechar los miedos y apegos innecesarios. Se van deshaciendo falsas seguridades, para poder reconocer la verdadera fuerza, la que emerge de nuestro centro. La meditación entonces trae conciencia, armonía y orden natural a la vida.
Despierta la inteligencia para hacer la vida feliz, pacífica y creativa. Siempre la respuesta apunta a identificar un espacio trascendente, es decir que va más allá del tiempo y del espacio del medita-dor. No alude a sus circunstancias, género, nacionalidad, edad, profesión, etc. Más bien estos roles quedan entre paréntesis, y aparece con mucha fuerza una realidad superadora, integradora de la persona que lo contacta con todo lo que vive y palpita en el Universo.
Y además tiene este beneficio o cualidad casi insuperable por cualquier otro recurso: puede ser practicada por toda persona que posea el interés de realizarla, independientemente de su edad, conocimientos, nivel social y educativo etc. Incluso la población infantil y adolescente puede ser entrenada en esta práctica, existiendo evidencia de amplia aceptación y resultados curativos en casos de enfermedad.
También se hacen muy presentes en la meditación, los Valores Humanos, que nos estructuran como seres humanos conscientes y civilizados. Los valores, hacen que la persona supere la inmediatez de los instintos naturales y se convierta en un ser solidario, que vive en sociedad y que encuentra satisfacción en mejorar las condiciones de vida no sólo para él mismo y su familia o conocidos, sino para la sociedad a la que pertenece.
Este es un punto importante, hay quienes creen que las personas que meditan ejercen una suerte de autosatisfacción narcisista en la búsqueda de un estado de calma, que poco tiene que ver con lo que vivimos en el mundo a diario. Este es un error, en el que se cae sólo por ignorancia. En realidad lo que ocurre, es que las personas que meditan, agudizan e incrementan su compromiso con el entorno.
Es muy común ver como parte de la maduración personal a través de la meditación, que las personas se interesen e involucren más en actividades de servicio social, voluntariados, actividades con sus comunidades de origen, etc. Esto lo he observado especialmente en los jóvenes, tanto en adolescentes como en adultos jóvenes.
La situación más común en la que caen nuestros jóvenes de hoy es el desinterés, y la falta de perspectiva y esperanza. Hay una ausencia de credibilidad en el futuro, tanto personal como social. La meditación resalta y pone de manifiesto una confianza personal, que otorga como consecuencia, un mayor interés por el otro, y especialmente un mayor compromiso con la sociedad. Juntamente con el crecimiento de la sensibilidad hacia la belleza, hacia la naturaleza y la vida en general, aparece también la necesidad de realizar actos concretos que hagan algo de diferencia en nuestro paso por el mundo.
Como vemos, al dar respuestas que surgen de un lugar profundo personal, la meditación otorga también la posibilidad de realizar lo que cada uno sienta que vino a realizar, su vocación, o su don.
El aprendizaje y la práctica están motivados por un anhelo intenso de cambio y de encuentro. Este anhelo será el mejor maestro, y el más seguro también para advertimos si el camino es el correcto para cada uno. Enlazado a este afán está el de ser auténticos, y fieles a una voz, a una visión. La meditación realiza estas aspiraciones de un modo respetuoso, y sumamente paciente y compasivo.
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